Guerra de habilidades blandas
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Rafael Mies
No me parece serio hacer de la política una farándula. Hay demasiado en juego para los próximos cuatro años como para centrar la discusión en que los candidatos a la presidencia son ambas mujeres, o cuál es más simpática o si eran o no amigas desde pequeñas.
Lo que suponemos es que detrás de cada candidato hay un proyecto concreto que determinará la calidad de vida de muchos ciudadanos y que, de alguna manera, pondrá la proa de Chile en una dirección que en el largo plazo tendrá efectos indiscutibles en nuestra identidad como nación.
Dicho esto, hay que reconocer que el hecho que finalmente tengamos dos candidatas mujeres, con estilos muy distintos pero a la vez muy carismáticos, no puede pasar inadvertido frente al análisis que hacemos de nuestra propia evolución como país.
Qué duda cabe a estas alturas que el carisma, la cercanía con la gente, la capacidad de identificación o empatía, o la simple “química” son atributos que la sociedad exige de sus representantes.
Estas características no son solo determinantes en la arena política, también lo son para el mundo empresarial o para cualquier posición de liderazgo, no importando la naturaleza de la organización.
Cada vez con mayor claridad la gente está dispuesta a perdonar ciertas deficiencias en el plano del conocimiento técnico o teórico a cambio de una conducta positiva confiable e integradora.
Me recuerda el ejemplo de una madre angustiada porque su hijo sacaba notas regulares en el colegio y el profesor la tranquilizaba diciendo: “no se preocupe señora, su hijo tiene un cinco en matemáticas pero un siete en los recreos y con sus amigos, a su hijo le va a ir muy bien”.
Es lo que llamamos las “habilidades blandas” o lo que Daniel Goleman describe como la “Inteligencia Emocional”. La capacidad que algunas personas tienen de conocer la emocionalidad propia y ajena y dirigirla en orden a un objetivo común.
Lo que veremos en los próximos meses no será una guerra programática, sino una lucha por conquistar el corazón del electorado. Se reforzarán frases como “escuchar a la ciudadanía”, “ponerse en los zapatos del que tiene que pagar una educación cara”, “entender al que tiene que esperar por una atención al consultorio”.
No creo que valga la pena “matar al mensajero” argumentando que este es un tipo de discurso sin substancia, populista o farandulero. Al revés, creo que entender y contener al ciudadano, empleado o incluso amigo, es hoy, más que nunca, condición necesaria para cualquier política de cambio, en todo ámbito de la actividad humana.
La guerra por las habilidades blandas o por la mayor inteligencia emocional es el principal desafío de corto plazo que tienen nuestras candidatas. Para ellas hay poco tiempo, pero para el resto de nosotros la buena noticia es que la Inteligencia Emocional se puede aprender, entrenar y practicar. Y veremos como finalmente serán estas habilidades las que inclinan la balanza de un lado o de otro.